A un poeta muerto
Tú cuyos ojos erraban, por la luz alterados,
de la color divina al contorno inmortal
y de la carne viva al esplendor celeste,
duerme en paz en la noche que tu párpado sella.
¿Ver, oír, oler? Viento, humareda y polvo.
¿Gustar? La copa de oro contiene sólo hiel.
Como un Dios aburrido que abandona el altar,
regresa a la materia y dispérsate en ella .
Sobre tu mudo sepulcro y tus huesos consumidos
que otro vuelque o no el llanto acostumbrado,
que tu siglo banal te olvide o te renombre;
Yo te envidio, en el oscuro fondo de la tumba tranquila,
por haberte liberado de vivir , por no saber
la pena de pensar y el horror de ser hombre.
En la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes tienes acceso a sus libros en francés (en los originales se aprecia la perfección formal que pierde traducido).
Rubén Darío le dedicó un medallón y un lugar entre Los raros (1896)